jueves, 1 de septiembre de 2011

La mirada que tiene la sociedad sobre la discapacidad








Toda sociedad construye sus propios conceptos acerca de lo que se instituye como normal, de aquello que por lo general considera como una serie de características establecidas que configuran a las personas de determinado grupo. Así vista, la normalidad es aquello que se espera de un individuo que pertenece a determinada comunidad y que se considera como requisito indispensable para acceder al mundo. Por lo que la ausencia de esta norma, la carencia o falla en estas características hegemónicas, ubica a quien las carece como alguien diferente, que se mueve por fuera de este territorio. Desde esta perspectiva, ese individuo pasa a ser considerado anormal, incapaz, discapacitado y excluido desde el marco referencial que dictamina el imperio de lo normal.

En el caso de la discapacidad, su significado es instituido desde la pertinencia del saber médico que se ocupa de la salud, pero que no resulta ser el más apropiado ni el más idóneo para las cuestiones de aprendizaje. Cada disciplina científica toma un objeto de estudio en particular, un marco referencial y líneas de investigación y acción que les son propias, de allí lo riesgoso que resulta asimilar o trasladar conceptos sin la debida rigurosidad.

Cuando la representación de la discapacidad es absoluta y consistente en donde se sitúa como un atributo de la persona y conlleva un significado que pasa a ser el denominador común con que se la representa, motivo por el cual no queda mayor espacio para el reconocimiento del otro como ser, como un semejante-diferente, como una persona con alguna discapacidad, con derecho a una vida plena y digna como cualquier otra.

La organización Mundial de la Salud, en 1980, definió a la discapacidad como “toda relación o ausencia, debido a una deficiencia, de la capacidad de realizar una actividad en forma o dentro del margen que se considera normal para un ser humano”. Este concepto sitúa el problema desde la óptica del modelo médico y pone énfasis en la rehabilitación del trastorno, pero deja muy poco espacio para un análisis más amplio que contemple los aspectos sociales del tema, ya que la discapacidad sólo es vista como algo inherente al sujeto por lo que la intervención recae fundamentalmente sobre él.

Por otro lado, desde una óptica innovadora es pensar a la discapacidad como un construcción social que se da a partir del intercambio entre las personas que conforman un grupo: familia, escuela, institución social, médica, deportiva, laboral, recreativa, etc.

Esta mirada plantea la estrecha relación que existe entre el significado que se les otorga a las situaciones o personas en las que está presente la discapacidad y la manera en que los demás actúan o se relacionan con ellas.

Las representaciones sociales funcionan como un medio que permite interpretar lo real, ordenar lo percibido dentro de un sistema coherente y guiar la acción a partir de definir los objetos, las situaciones y las respuestas adecuadas.

Las representaciones son construcciones mentales de la realidad que se extienden a un grupo o colectividad.

Por lo tanto, el significado que la sociedad tiene de la discapacidad depende, entonces, de cómo se construye este concepto en una comunidad y, a la vez, de cómo éste se incluye en el imaginario social.

Una representación rígida o parcial de la discapacidad categoriza a las personas a partir de una única característica, inamovible, que sólo marca la desventaja sin que se puedan tener en cuenta las otras facetas del sujeto. Esta clasificación se convierte en una etiqueta descalificatoria, con valor de documento de identidad, y resulta tan intransigente e inamovible que, en más de una oportunidad, sustituye al nombre propio de cada uno.

Muchas veces esto genera prejuicios en las personas, entendiendo a este como ideas que se forman las personas respecto de otros seres humanos o de sus acciones y creencias, sin que exista un verdadero conocimiento que fundamente este juicio, que se sostiene en opiniones mayoritarias o en tradiciones que se transmiten de generación en generación. Estos conceptos se propagan socialmente en todo tipo de relaciones y en circunstancias muy variadas, sin que nadie reflexione demasiado sobre la validez de sus contenidos.

Por lo general, los prejuicios referidos a las personas se presentan como una contraposición entre todos los individuos pertenecientes a un determinado grupo, a los que se les asignan características negativas y todos los de otro grupo a los que se les asignan características positivas. Así planteadas las cosas, se establecen duplas por oposición: haraganes-trabajadores, irresponsables-responsables, amarretes-generosos, débiles-fuertes, inútiles-útiles, exitosos- fracasados, ricos-pobres, letrados- iletrados, capacitados-discapacitados.

Estos prejuicios sobre la discapacidad circulan en el ámbito social como una verdad instituida, sin que se cuestione demasiado la supuesta certeza que en ellos se enuncia, y se han impuesto y consolidado a los largo del tiempo, desde el poder que los sostiene.

Se podría inferir que la discriminación surge cuando las diferencias, las desigualdades, que existen entre las personas se interpretan como desventajas y por este motivo se valora a algunos como mejores con respecto a otros que quedan situados como peores. También no es ninguna novedad señalar que todos los seres humanos somos diferentes. Las diferencias que existen son tan numerosas y variadas que los criterios para describir, reunir y/ o dividir a los individuos en grupos son casi infinitos. No obstante, más allá de las diferencias, todas las personas comparten igualdad en la naturaleza humana, son libres, tienen capacidad de pensar, de amar, de crear, de construir la propia historia.

Una manera de comenzar a trabajar con estos prejuicios es adoptar una revisión crítica que permita pensarlos, cuestionarlos y así revertir las acciones discriminatorias que ellos sustentan.

En conclusión, desde este enfoque, el significado de la discapacidad se vincula con el respeto por el otro y su derecho a ser diferente, lo cual no significa negar las dificultades sino reconocerlas. No se trata tampoco de suponer que todos somos iguales ni de borrar las diferencias, sino de considerar la discapacidad como una condición de un individuo o grupo y no como su esencia determinante.

Reconocer las posibilidades y limitaciones propias y las de los otros promueve las interacciones entre los miembros de una comunidad en forma más justa y equitativa, presenten o no discapacidad.

Todas las sociedades del mundo se enfrentan al desafío de construir comunidades más justas, basadas en la igualdad de beneficios y en la equidad de oportunidades para todos sus integrantes, por lo que es indispensable trabajar sobre las desigualdades y los prejuicios existentes.

BIBLIOGRAFIA: Borsani, Ma. José. Integración educativa, diversidad y discapacidad en la escuela plural. Ed. Novedades Educativas, 2007. Págs. 27-28 y 262-263.

Integrantes: Acuña Débora, Agosta Victoria, Catalá Fatima, Ibañez Cintia Ruth.

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